Recuerdo mucho a Esther. La recuerdo mucho mejor antes de que le dispararan en Viena a principios del Siglo XX. Ella siempre había sostenido que «el poema es una bala». Quien diría que a sazón de esto perdiera la vida aquella noche.

La conocí en uno de esos tantos círculos de lectura a los que solían invitarme como público. La fecha no la tengo muy presente; sin embargo, creo haberla conocido gracias a Carlos. Sí, ese bribón pseudo-poeta. Cuando la vi allí sentada con su melena oscura y su piel morena, me recorrió un sentimiento de ominosidad. Sus ojos eran la clara representación de aquello que Wittgenstein llamó «lo místico» en innumerables de sus cartas.

El poema es una bala-libros

A primera vista, pensé falsamente que también escribía las misma tonterías que Carlos, Estefis y Madame Blanche. Pensé, al inicio, «una poeta más, alguién que solo escribe porque tiene manos»; pero al escucharla, su poesía me parecía tan profunda y melancólica. Me deleité escuchando, palabra por palabra, cada uno de esos versos que a muchos les parecieron efectistas. Como es bien sabido entre esos rufianes escritores, desacreditar al otro solo porque no comparten los mismo ideales es cosa tan común. Madame Blanche fue la primera que saltó a la yugular de Esther, «argumentando» que su poesía era inentendible, que el falso intelectualismo de Esther solo le hacía parecer soberbia y perniciosa. ¡Oh, cuántas mentiras en tales acusaciones!

Si Blanche comprendiera que la poesía requiere de un constante conocimiento del lenguaje, seguro dejaría de escribir y renunciaría a todos esos pobres premios que una horda de aficionados dan como dios les da a entender. La poesía no solo está referida para hablar de aquello que se siente, sino también de aquello que no se sabe nombrar.

«El poema es una bala que se encaja en el ojo del espíritu, es como una llaga que arde por dentro».

Recuerdo muy bien que me levanté y le dije a Blanche que sus argumentos ad persanae estaban fuera de lugar. Quise decirle que sus poemas pueden caber muy bien dentro de uno de esos trituradores de basura, pero contuve la rabia y solo atiné a decirle: «Deberías de pensar más y escribir menos», utilizando la misma acusación impersonal y falaz que ella había ocupado previamente.

El poema es una bala - más libros

─ Señor -dijo Blanche cuando respondió- he leído más de lo que usted se puede imaginar y me viene con eso de que debo pensar más, ¡por favor!

El enojo de Blanche era más que evidente ¡Vaya romántica de la lectura! No dudo que haya leído dos o tres cosas más que sus demás condiscípulos; sin embargo, cuántas de esas lecturas serían realmente valiosas y no simples noveletas o poemarios malos y vulgares que sus «amigos» dan para leer y esperar una «crítica».

Está por demás decir que la discusión se extendió unos minutos más. Esos poetas mínimos me rodeaban el cuello con sus torpes manos: querían ahogarme. Revoloteaban alrededor mío como moscas zumbantes en el mercado. Estos seres hacen de la poesía su mercado. Aún con el sonido de sus aleteos sobre mí, salí de la sala. A punto de salir del edificio, pude escuchar una voz fuerte y decidida que me llamaba con un: «Espera, detente allí». Di media vuelta y, a paso apresurado, Esther me alcanzaba jadeante por la carrera.

─ Les diste con todo -dijo Esther una vez recuperando el aliento- la poesía es algo tan hermoso que no tienen derecho de ensuciarla como Blanche lo hace.

Sabía que Carlos estaría enojado por la escena que acababa de montar, pero el sabía a qué debía de atenerse si me invitaba a lecturas así. No podía comprender cómo alguien como Esther estaba con un grupo de rumiantes como ellos. La poesía de ella a leguas podía presentirse con un toque metafísico e inquietante. Sus palabras eran ágiles y fuertes como la mordedura de una serpiente. ¿Qué hacía un nido de serpientes en un grupo de inocentes cerditos?

─Estoy escribiendo un poemario -dijo Esther sacándome de mis pensamientos- se llama «El poema es una bala», agregó.

Le dije que lo leería en cuanto lo terminara. «Una bala». ¡Qué curiosa comparación!, pensé en mis adentros. Si había leído los intentos poéticos de Blanche, estaba preparado para soportar lo que viniera. Ningún poema puede ser peor que lo que esta señora se afana en escribir. «El poema es una bala«, repetía una y otra vez esa frase…  «el poema es una bala».

 

Continuará…

Aquí puedes leer el capítulo anterior:

https://www.tolucacultural.com/el-falso-poeta-diario-de-un-bibliomano

 


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