El falso poeta, así como el sofista, utiliza argumentos que podrían derribarse con solo soplar sobre ellos.
He hablado de esos lectores que me sacan roncha; de aquellos descarriados y acumuladores; de esos seres despreciables que van por el mundo llenándose de lecturas que se irán a acumular al fondo de un abismo sinsentido. Sin embargo, hasta aquí no les he hablado sobre otros susurradores; de esos animalitos que rumian el lenguaje y con ello quieren colocarse por encima de los demás.
¡Poetas! Así los invocamos. Así los llamó Platón en su República y así los quiso expulsar de ella. Si creían que no podíamos caer aún más bajo, es porque aún no conocían a estos despreciables aulladores de versos. Pero no lo son todos, eso hay que aclarar. Hay notables personajes como Huidobro, Whitman, Vallejo, Pessoa, Cummings, entre otros, que hacen del lenguaje el más delicioso de los manjares. También están otros: los falsos poetas; esos que hacen rimas sencillas y austeras de retórica y poética. ¿Poetas? Hoy en día levantamos una roca y como cochinillas arremolinadas salen corriendo de un lado a otro.
Estos falsos poetas creen que tienen licencia de escribir solo por el hecho de ser seres sensibles. No se dan cuenta que necesitan ejercicio. Creen que el lenguaje, eso tan bello y sublime, puede utilizarse a diestra y siniestra. Creen que la estructura de la poesía es la misma que utilizan para su comunicación vulgar. Ser poetas no solo implica escribir dos o tres versos; implica entender la tensión constante entre lenguaje y mundo.
Carlos, el falso poeta
Recuerdo mucho el día que conocí a Carlos, un hombre bajito y rechoncho que vivía en el centro de la ciudad. Él, con una barba cerrada y una boina, siempre fumando en pipa y, hablando lento y pausado como lo hacen los poetas, se la pasaba yendo de un lado a otro gritando a los cuatro vientos que era poeta. En sus pláticas siempre tenía qué decir por lo menos una vez cada hora: «He escrito un libro de haikus, tienen que leerlo». Los lerdos que se dejan deslumbrar por esta clase de personajes le aplaudían y vitoreaban llamándole: «maestro, es usted un genio», «maestro, es usted una revelación», «maestro, es usted todo un poeta».
Carlos era uno de esos poetas de cafetería. Era impresionante ver cómo este pequeño sujeto se tomaba muy en serio su papel de poeta. Como no tengo el mal gusto de criticar sin conocer, en más de una ocasión asistí a sus recitales de poesía donde también se reunían Balam, Lizeth F, entre otros, para hablar de sus «poemas». Cuando terminaba el recital me daban ganas de levantarme de mi lugar y hacer lo que Cristo en el templo.
Podía gritarles a todo pulmón: «Largo de aquí, falsos poetas, prestidigitadores del lenguaje impío. Sus palabras solo entorpecen la belleza de la poesía». Me imaginaba aventándoles libros en la cara, pero me contenía. Me retiraba de la sala con un dolor en el estómago, como una sensación entre nauseabunda y neurótica. A veces, me daban ganas de ir a buscar a Carlos y hacer que se comiera hoja por hoja cada uno de esos escritos pútridos que se afanaba de haber escrito para que así sintiera la fuerza contemplativa de un haiku y no las nimiedades que escribía.
«Ya en algún momento decía que a algunos poetas necesitaban quitarles las manos; a otros más, sacarles los ojos. Pero para el falso poeta, que su nombre se pierda como el polvo en el desierto».
No hay nada más detestable que toparse de frente con estos «poetas». Usted puede reconocer a estos personajes cuando va a una tertulia y ve a algún sujeto que quiere colocarse por encima de los demás; siempre miran de soslayo, llevan un libro que parecen leer con cierto gesto reflexivo. ¡Poetas! Es como si con el solo hecho de ser nombrados así ya son capaces de ver el mundo desde una postura metafísica y profunda. Ojalá mantuvieran ese gesto cuando su poesía es leída, no por uno de sus amigos apapachadores, sino por uno de esos lectores serios que no dudarían en destrozar un texto con un argumento sólido y no meros interiorismos ínfimos y absurdos que el poeta espera conseguir de todos.
Hasta aquí esta revelación acerca de «el falso poeta».
Continuará…
Acá puedes leer el capítulo anterior de esta novela por entregas:
https://www.tolucacultural.com/amante-de-los-libros-un-bibliamano