«El amante de los libros siempre mira a sus propios abismos y parcelas; saca de ellos bestias y corderos»
La primera vez que toqué un libro fue a la edad de seis años; no se trataba de los típicos libros infantiles que toda madre da a sus criaturitas, sino todo lo contrario. Era un hermoso tomo de Orlado Furioso, pasta dura; con algunas ilustraciones en el interior, aún lo recuerdo porque era enorme y pesado. Al principio me contentaba con el simple hecho de observar los dibujos que me parecían extraños: caballeros luchando contra dragones y otros caballeros. Sin embargo, lo que más me llenaba de sorpresa era la lámina de una mujer encadenada a los riscos donde, a la cercanía, se erigía una figura terrible y casi demoníaca de una enorme serpiente. ¿Leviathan? ¿Dagón?
Desde ese primer día, hasta los actuales, seguí sintiendo una fascinación especial por los libros, primero por la forma, luego por el contenido. Conforme pasaban los años, atesoraba más y más, y aunque no puedo llamarme bibliófilo por lo reducida de mi biblioteca, si puedo autonombrarme Amante de los libros. Quizá este amor que siento por ellos ha provocado que se conviertan en lo único importante para mí; algo así como lo que representaba el pedazo de mechón de cabellos al narrador del cuento La cabellera de Maupassant.
Sin embargo, como es natural, en el amor siempre hay subidas y bajadas. A veces logro emocionarme mucho por la obtención de algún título, para luego más tarde decir que ha sido una muy mala inversión; entonces dejo el ejemplar arrumbado en el estante hasta que meses después lo vuelvo a descubrir y le adoro con singular alegría; es entonces que me felicito por la excelente adquisición.
«El amante de los libros vive en una constante tensión entre amor y repulsión»
En este punto tengo que aclarar que el amor que yo profeso no es el ordenado, catalogador y clasificador amor de un bibliotecario; ni tampoco el insensato, interesado y necesario del de un librero; mucho menos el enfermizo, obsesivo y analítico amor de investigador e intelectual; tampoco el exclusivista, maravillado, idealista y unificador del de un coleccionista. Sin embargo, estas gradaciones me parecen aceptables e, incluso, normales. Pero las que hacen que mi espíritu se desate en terrible tempestades es el falso amor, poquitero, endeble, ingenuo y mínimo que llevan a cabo los profesores de literatura. No hay ser más detestable, enemigo de los verdaderos amantes de los libros. El amor que persigo es una mezcla de todos, a excepción del último, claro está.
Un amor basado en la superficie está condenado a perecer. Más allá del simple gusto visual, el libro debe de ser capaz de soportar un diálogo; si no es así, no sirve, es sólo un adorno, y para adornos, el mundo está plagado.
He aquí entonces lo que yo les profeso en esta revelación.
¿Cuál es su libro favorito?
¿Alguna vez han amado algún libro?
Déjanos conocer tu opinión, escríbenos en la caja de comentarios.
Continuará…
Acá puedes leer la primera parte: