Hoy se cumplen 100 años del nacimiento de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, mejor conocido como Juan Rulfo, escritor, guionista y fotógrafo mexicano. A pesar de eso, Rulfo es conocido principalmente por su producción literaria.
El llano en llamas, publicado en 1953 y Pedro Páramo, en 1955, le crearon fama y lo posicionaron como uno de los escritores más influyentes del siglo pasado, ganándose elogios de grandes escritores como Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez, este último narra en su autobiografía el descubrimiento de Rulfo a través de un amigo y lo menciona como un momento clave para su posterior carrera de novelista, incluso adaptando el estilo que el escritor mexicano tiene en Pedro Páramo de unir la realidad con toques fantásticos.
Las obras de Rulfo aparecen en un momento importante en México: El milagro mexicano. Época posterior al mandato de Lázaro Cárdenas en que se privilegia a la industria antes que al campo, afectando gravemente la situación agraria de entonces que llevaba a muchos mexicanos a emigrar a la ciudad buscando trabajo en las fábricas. Justamente esta sería la crítica que hace en sus obras, principalmente en El llano en llamas, teniendo como temas el abandono del campo, el poco apoyo agrícola, las migraciones a la ciudad y la falta de gobernabilidad en estos sitios. Todo ello lo demarca como el inminente fracaso de la revolución.
La literatura de Juan Rulfo es muy rica a la ahora de denotar los elementos que definen la mexicanidad. Y las ilustra en el lenguaje, en los paisajes que relata, en las actitudes de los personajes, solemnes en todo, llenándolos de magia y de mitos. Y todo lo aprendió, o dijo haberlo aprendido, de su tío Celerino, pues decía que él le contaba todas las historias que en sus libros relataba y que cuando el murió, decidió dejar de escribir. Siempre respondía así cuando le preguntaban por qué ya no siguió escribiendo.
Sobre este hecho, de que ya no escribiese más, Eduardo Galeano escribe su encuentro con el escritor mexicano en Buenos Aires a casi veinte años de Pedro Paramo, y dice:
Juan Rulfo dijo lo que tenía que decir en pocas páginas, puro hueso y carne sin grasa, y después guardó silencio. En 1974, en Buenos Aires, Rulfo me dijo que no tenía tiempo de escribir como quería, por el mucho trabajo que le daba su empleo en la administración pública. Para tener tiempo necesitaba una licencia y la licencia había que pedírsela a los médicos. Y uno no puede, me explicó Rulfo, ir al médico y decirle: “Me siento muy triste, porque por esas cosas no dan licencia los médicos.”
Pero más que letras, que son pocas pero maravillosas, Rulfo también dejó un legado fotográfico para aquellos que entienden más en las imágenes que en las palabras; un legado cargado de la misma melancolía, que hace pensar que escribía la tristeza que veía. Su trabajo de fotógrafo no se hace pequeño ante el de escritor, hasta parece que se complementan, pues ambas profesiones las realizó durante los mismo años.
Juan Rulfo fue un genio que nadie menosprecio. Capaz de una absoluta belleza, tanto en el texto como en la foto, solo hay una cosa que se le puede reprochar: que tan pronto nos haya privado de ella.